Martin Bermudez Opiniones y Dudas

sábado, julio 14, 2007

Sobre el librepensamiento, la República y la participación.

La definición de librepensamiento, según la Real Academia Española, es: Doctrina que reclama para la razón individual independencia absoluta de todo criterio sobrenatural. Fue precisamente el librepensamiento el que dio lugar a la idea de la República, entendiendo que el estado puede ser solo guiado por la razón, si se cree en la igualdad ante la ley. Esa igualdad se basaba en dividir los poderes en defensa de los individuos. La historia da vastos ejemplos de que toda vez que el poder se concentraba en una sola persona, sea producto de la monarquía o una dictadura, o bien de una permanencia indefinida en el cargo, la justicia se alejaba de los hombres comunes y los mismos quedaban expuestos por generaciones a la más absoluta intrascendencia en materia política o participativa. Pero, volvamos a la definición: queda claro que si pensamos independientemente de lo sobrenatural y buscamos el equilibrio racional de la República, no solo deberíamos rehuir de los sistemas de gobierno anteriormente enunciados sino que también eliminaríamos la religión de todo acto asociado al gobierno de una nación. Si todos los hombres son iguales ante la ley, también lo son sus religiones. He ahí el mayor peligro de las teocracias; son intolerantes por definición y tienden al fundamentalismo. ¿Pero cual es la razón por la que el mundo deja avanzar estos problemas hasta que se convierten en un dolor de cabeza global? La cosa comienza mucho antes: comienza en los países cuyas sociedades han caído en la apatía y dejan avanzar el autoritarismo con complacencia, total, la política no es para ellos. Los procesos políticos duran mucho tiempo, pero el mismo no significa nada en términos históricos. Hitler ha sido un ejemplo de ello y, por cierto, más que suficiente. Hoy puede uno pensar que las atrocidades del nazismo están lejos y, aliviado por esa perspectiva histórica, bajar la guardia y creerse a salvo. La buena noticia es que si un ciudadano participa a tiempo de las cuestiones de la sociedad y la nación, evita estos abusos atroces en su faz germinal. La mala noticia es que, no importando lo obvia que parezca la anterior definición, los hombres participan cada vez menos. Y si cometen esta peligrosa omisión con su propio país, ¿qué decir cuando se trata de la región, el continente o el mundo? Callamos frente a la evidencia de que el sistema debe volver a los valores y corregir las asimetrías que existen a nivel local y global. Regiones y países son condenados al atraso, la guerra, el hambre o las epidemias y vemos esto como si se tratara de un fenómeno meteorológico en el que nada tuvimos que ver. Total, los problemas pasan lejos. No entendemos que no cuidar nuestras propias instituciones participando es dar el primer paso. Nuestro país está inmerso en un concierto de naciones, en algunos casos con buena, mala o nula relación. Sin embargo, muchas de las cosas que pasan en el mundo se relacionan con lo que nuestro país decide en organismos internacionales o con las posturas o gobiernos que avala. Usted no va a decidir a las Naciones Unidas, pero sí votan los representantes del gobierno que usted elige. Usted no declara una guerra, ni invade un país soberano, ni bombardea, ni se perpetúa en el poder. Pero puede hacerlo un país que el gobierno que usted eligió declare como “amigo”. ¿Y si producto de una falta de pronunciamiento a tiempo de nuestra diplomacia avanza un conflicto? ¿Y si un aliado autoritario se alía con un régimen teocrático? ¿Dónde queda el librepensamiento? El mundo tiene muchos desafíos, la pobreza, el hambre en su estado más salvaje, las epidemias, las guerras fratricidas, África minada y diezmada, inmensas regiones sin agua y el peligro de que la misma escasee en el futuro en todo el orbe. Son los desafíos del mañana, que comenzaron hace tiempo y no hemos podido ver. Frente a estos objetivos, ¿podemos darnos el lujo de no participar? Piense Usted libremente y… acepte el desafío

Arroyo seco, pagar para morir.

A nadie puede asombrar una tragedia más en la ruta. Un empleado cobra los peajes automáticamente a un kilometro del infierno, pero no avisa que el infierno está ahí. En esa hora muerta, antes del amanecer, nadie ve bien el camino, pero no bajan la velocidad, hay que llegar. Una fábrica de ladrillos produce el suficiente humo para ocasionar un accidente, pero el humo no comenzó hoy, ni siquiera ayer. Se suma la niebla y el cocktail está listo: cuarenta vehículos chocan, desparramando vidas y futuros en una escena absurda, donde los sobrevivientes permanecerán horas junto a los metales retorcidos, tratando de explicar y de explicarse qué fue lo que pasó. Sumamos otro escenario trágico a la estadística del fracaso. ¿Los concesionarios de las autopistas son inocentes? Repase Usted sus recuerdos, querido lector, y piense cuantas veces paga peaje para seguir transitando por rutas que mal pueden llamarse de esa forma. Iluminación adecuada, señalización efectiva, equipos de emergencia, comunicaciones ágiles, banquinas bien señalizadas, calles colectoras alternativas, son solo parte de la inversión que uno podría esperar por parte de las empresas que se adueñan de las rutas. ¿Alguien se lo exige? ¿Alguien lo controla? Usted sigue pagando. Los automóviles de nueva generación vienen equipados con luces anti-niebla, sistema de frenos ABS, airbags e incluso navegadores GPS; pero a no confundirse: no son vacunas contra los accidentes. A lo sumo, en contados casos, minimizan los daños. La gente sale a la ruta y acelera; marca records y llega contenta, poniendo cara de suficiencia por haber vencido al reloj o…no llega. No hay términos medios. No se pone la luz de giro, ni las balizas; no se cede el paso, no se respetan las velocidades máximas, ni las mínimas, pero todo se reduce a insultar por lo bajo al infractor y seguir el camino. Creemos en la redención por el insulto, es mucho más rápida que una denuncia. ¿Cuánto tardaremos en olvidar este accidente? Una vez olvidado, ¿alguien seguirá buscando la solución? No es momento de hablar de culpas, pero sí de responsabilidades. Un camionero puede haber ocasionado el drama, pero si un solo error marca el destino de muchas personas, debeos hablar de responsabilidades y las mismas exceden a un solo conductor. Una vez más queda claro que debemos madurar como nación y buscar las soluciones estructurales a una mortandad evitable. De eso se tratan las políticas de estado. Hoy en la Argentina no es seguro viajar en casi ningún medio. No es poco. Mayor presencia policial, control de alcoholemia, radares, operativos coyunturales como el “Operativo Sol”, constituyen muy bonitos titulares. Algún ufano funcionario, que compró coche hace poco, gracias a su condición de tal y sus ingresos mejorados, podrá decir que ya está, que se solucionó todo. Y Usted no le creerá y seguirá esperando…hasta el próximo accidente. Mientras tanto haremos campaña y nadie malgastará recursos en algo cuya mensura se observa luego de mucho tiempo, luego de las elecciones, luego de más o menos muertos. Los cigarrillos traen por exigencia legal una leyenda que dice que fumar es perjudicial para la salud. ¿Las rutas no deberían tener un cartel similar? ¿o los autos? Viajar perjudica la salud, es más, puede eliminarla. O quizás, frente a la inoperancia del sistema, sea mejor un cartel más taxativo: “prohibido viajar”.


 
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