Martin Bermudez Opiniones y Dudas

miércoles, septiembre 06, 2006

Sobre la sub-ejecución moral y los desafíos.

Un barco está seguro en el puerto, pero los barcos no son construidos para eso. J.A.Shed
La Argentina, como todo país en crecimiento, descubre cada tanto interesantes tópicos de discusión. En los últimos tiempos se han comenzado a escuchar denuncias sobre sub-ejecución presupuestaria. Claro que puede resultar sorprendente, si de un primer análisis inferimos que la sub-ejecución significa, ni más ni menos que, haber gastado menos que los recursos con que se contaba. Una primer lectura, apresurada por cierto, indicaría que, en realidad, el presupuesto se había “inflado” y por eso se gastó menos. Pero la lógica (Cochina lógica, como diría Unamuno) nos hace descartar rápidamente esa hipótesis, habida cuenta de las inocultables carencias de una sociedad post-crisis. Ahora bien; si los presupuestos estaban bien hechos: ¿en qué no se gastó? O mejor dicho: ¿en qué no se invirtió? Hay quienes sostienen que lo más difícil de la administración de la cosa pública es la administración de los recursos. Cuando los mismos son limitados, siempre existe la sensación de que la asignación de partidas es desvestir a un santo...para vestir a otro. Aplicando un sencillo ejercicio de empatía, uno llega a creer que no quisiera estar en los zapatos de quien decide otorgar dineros a educación, resignándolos de salud o seguridad. Pero estas decisiones son insoslayables cuando los recursos son limitados (¿cuándo no lo son?). Empatía no significa simpatía. Se entiende que la vocación política conlleva, necesariamente, vocación de servicio y una visión eficiente de los mecanismos de solución social. Tan instalada está la fábula de la hormiga y la cigarra, que parece lógico hablar de ahorro. Si ahorramos recursos, tenemos más posibilidades de subsistir en la próxima crisis. Con una cuasi ingenuidad, uno podría pensar que lo mejor para evitar una futura crisis sería desarrollar políticas de estado desde el consenso y hacer crecer sano al país. Queda descontado que los anticuerpos para sobrevivir a una crisis, aún una macro económica global, se logran con un país fuerte en su funcionamiento institucional. Caso contrario, sería aceptar que desnutrir a los niños hoy, ahorraría alimentos para salvarlos de una hambruna futura. Hasta que logremos establecer un camino de crecimiento planeado, donde “no” se pueda ahorrar recursos porque los mismos se vuelcan a solucionar las necesidades de educación, salud, seguridad, vivienda, trabajo, justicia y futuro, estaremos frente una sub-ejecución muy peligrosa, la más peligrosa de todas: la sub-ejecución moral. De esa no tiene la culpa ningún partido. Ese es nuestro desafío.

Panorama de una aviación turbulenta

La aviación en la Argentina no ha entrado en una crisis; ya estaba en ella. Los datos emergentes de la película, que parece haber denunciado el tema, solo han instalado el mismo en la opinión pública. Todas las personas que viven la aviación (no se trabaja en la aviación, sino se vive en ella), sabían de la corrupción estructural. Claro que mal pueden pedirse actitudes heroicas de denuncia a los que no tienen protección laboral, jurídica ni social para enfrentar a un sistema. En una lectura apresurada (que es lo que más caro se paga en esa industria), podría cometerse el error de culpar a “alguien” y, peor aún, otorgarle una temporalidad específica a un deterioro que tiene la misma data que el de las instituciones de la república y la moral argentina. Ahora, llama la atención que no se hayan producido más accidentes, en vista de los alarmantes datos conocidos. Pero la diferencia en la estadística de las catástrofes la ha marcado el celo y la pasión de quienes lidiaban con las fallas latentes. Es evidente que más de ciento cuarenta muertes en dos años pueden, y deben, causar alarma como dato estadístico. Sin embargo, deberíamos desgranar la responsabilidad. De la misma manera que no puede achacarse a “solo” un piloto la total responsabilidad por un accidente aéreo, mal comenzaríamos un análisis suponiendo que “solo” la Fuerza Aérea tiene el patrimonio del drama. La nombrada fuerza, producto de un anacrónico concepto propio de mentalidades obsoletas, dirigía (o aún dirige) los organismos de control sobre la actividad; pero ¿ quién o quienes debían controlarla? Demasiados políticos han visto durante años, merced a la gratuidad de los pasajes (que merece un capítulo especial en un compendio de corrupción) volaron con la suficiente frecuencia para observar la precariedad de muchos aeropuertos de la Argentina. Casi ninguno escapa a un índice de equipamiento paupérrimo. Se supone que un avezado político, que debiera tener sentido común para manejar la cosa pública, debería haber notado la ominosa presencia de una auto bomba desvencijada, bajo un pobre quincho, en el aeropuerto de su ciudad natal. ¿Y qué hay de lo que no se ve? Ser controlador aéreo implica dedicarse a una de las actividades más estresantes (o la más) del universo laboral. Este dato surge de analizar controladores de Europa y Estados Unidos, que soportan una mayor concentración de transito aéreo, pero que definitivamente tienen mejores herramientas. El caso de los controladores argentinos podría asemejarse a una situación en la que un neurocirujano debiera operar con un instrumental compuesto por un tenedor, una llave inglesa y un frasco de mermelada. Solo es posible que las cosas sucedan de esta forma, cuando no existe un marco jurídico adecuado, organismos de control independientes y voluntad política para controlar y sancionar las conductas irresponsables. Hablamos de responsabilidad. La aviación, junto con la informática, han sido las industrias de mayor evolución, en cuanto a contenidos, progreso y confiabilidad, de la historia. Lo que antes era aventura, ahora es rutina. El aprendizaje siempre se produce sobre los errores. Por eso lleva tanto tiempo el análisis de un accidente. En una emergencia, nadie improvisa. Ante cualquier falla, se procede a repasar una lista de chequeo, que surge de las constantes redefiniciones que se formulan analizando errores anteriores. Pensar en una rápida solución política a la crisis denunciada sería contradecir la más elemental prudencia aeronáutica. Hay quienes dicen que el Presidente de la República no tenía este tema como prioritario y que de alguna manera lo “operaron” frente a la sociedad para que tuviera que decidir el traspaso. Si non e vero, e bene trovato. Roguemos ahora que el cambio no sea solo en la imputación presupuestaria y que no se ceda a la tentación de pagar deudas políticas nombrando amigos ineficientes para un lugar donde la ineficiencia cuesta vidas.


 
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