Martin Bermudez Opiniones y Dudas

domingo, marzo 20, 2011

Recordando a Emma; La estupidez y la crueldad no son tsunamis.

Uno puede aceptar, aunque llorando consternado, que las tragedias que ocasiona la naturaleza generen miles de muertes; muchas de ellas evitables, si no fuese por el estado de indefensión en que se encuentran muchos pobres del mundo, relegados a vivir en zonas marginales, bajas, inseguras; postergados en la planificación de obras públicas que minimicen los riesgos propios de los embates de la naturaleza; en los casos de países con potencial sísmico, o tormentas y huracanes o tsunamis, la regla es que siempre mueren más pobres. Lo expuesto forma parte del plexo de déficit en materia de resguardo estructural de la humanidad, producto de la postergación de políticas públicas; políticas de estado que entiendan la vida como el primer derecho del hombre, sea cual sea su raza, religión, ideología o status socio-económico. Los pobres son solo peones de un juego entre crueles corruptos, que solo serán redimidos mediante su inclusión, impulsada por el demasiado lento avance de los Derechos Humanos desde su enunciado hacia su ejercicio. Lo que no, nunca, de ninguna manera se puede aceptar es que todavía haya tanto poder concentrado en un solo hombre, en vez de repartido justamente entre instituciones; el saldo de un única voluntad, tarde o temprano, queda sometido a la locura o los intereses egoístas. Mubarak, Khadafi, Hitler… y tantos más, horrible lista de malnacidos y peor acompañados, prueban lo que expongo. La postura anti belicista de este autor, harto desarrollada en artículos anteriores, no es producto de una ingenua construcción subjetiva; seguro que no. Es el resultado de la comunión de ideas con muchos, entre ellos los Masones, pero también infinidad de asociaciones y organizaciones del mundo, que, ya sea por impulso de la religión o las ideas y valores, denuncian a la guerra como la peor atrocidad, fracaso y estupidez del ser humano. Mientras escribo estas líneas, aviones Tornado matan personas, exterminan civiles, aniquilan a soldados forzados a vestir un uniforme que les queda grande, o chico, o incomodo…que no les abriga, ni les resguarda del calor, ni les quita el pánico al sentir que las bombas caen, estallan misiles y balas ciegas liquidan a su amigo de al lado, segundos después de una sonrisa resignada, en una gesta heroica acorde a los discursos, pero sin sentido, habida cuenta de que en la guerra nadie gana. Mueren asustados, humillados, llorando sus oraciones de desesperanza, porque saben que todo terminará allí. Y los analistas políticos justifican…explican, se solazan demostrando su poder de enfoque, citan estadísticas y viven su cómoda vida de asépticos platós de televisión, donde un avión cayendo en llamas es solo una película más, aunque se vea con menos realismo que una película de Stallone enojado con algún enemigo funcional a las tendencias del mal llamado “mundo libre”. Solo quien nunca olió la pólvora, ni fue ensordecido por los estallidos, ni vio la muerte de cerca, acepta los titulares sobre Libia (en este caso concentrador de la mayor cantidad de disparos del momento) como un titular de noticiero. Pero no solo ese país…, la lista es demasiado larga. Una amiga de mi familia, Emma, solía quedar con sus nervios destrozados cuando la pirotecnia navideña atronaba la ciudad; yo no entendía la razón de tanta zozobra, mi carácter de niño no me lo permitía. Hoy, si estuviese a mi alcance, prohibiría la pirotecnia, lisa y llanamente, la prohibiría; por el solo hecho de ahorrar a todas las Emmas del mundo, que conservan en su médula el recuerdo de los bombardeos de la segunda guerra, el vivir un solo segundo de horror redivivo. Hoy, si estuviese a mi alcance, retiraría el saludo a todos aquellos que aceptan la guerra como una variable. Pero no está a mi alcance; demasiado grande es el número de quienes lo hacen. Al menos sé que muchos me acompañan, pero no son suficientes. Desde estas líneas, que quizás tengan menos entidad que un mensaje arrojado al mar dentro de una botella, condeno la guerra. No acepto la guerra, ni la muerte, ni la crueldad y la corrupción que las provocan y acompañan. Tengo un mundo que legar a mis hijos y quisiera que heredasen menos fracasos. Tengo un horizonte para mostrar a las nuevas generaciones y no quisiera que el mismo fuera nublado por el humo de la guerra.


 
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