Sobre el librepensamiento, la República y la participación.
La definición de librepensamiento, según la Real Academia Española, es: Doctrina que reclama para la razón individual independencia absoluta de todo criterio sobrenatural. Fue precisamente el librepensamiento el que dio lugar a la idea de la República, entendiendo que el estado puede ser solo guiado por la razón, si se cree en la igualdad ante la ley. Esa igualdad se basaba en dividir los poderes en defensa de los individuos. La historia da vastos ejemplos de que toda vez que el poder se concentraba en una sola persona, sea producto de la monarquía o una dictadura, o bien de una permanencia indefinida en el cargo, la justicia se alejaba de los hombres comunes y los mismos quedaban expuestos por generaciones a la más absoluta intrascendencia en materia política o participativa. Pero, volvamos a la definición: queda claro que si pensamos independientemente de lo sobrenatural y buscamos el equilibrio racional de la República, no solo deberíamos rehuir de los sistemas de gobierno anteriormente enunciados sino que también eliminaríamos la religión de todo acto asociado al gobierno de una nación. Si todos los hombres son iguales ante la ley, también lo son sus religiones. He ahí el mayor peligro de las teocracias; son intolerantes por definición y tienden al fundamentalismo. ¿Pero cual es la razón por la que el mundo deja avanzar estos problemas hasta que se convierten en un dolor de cabeza global? La cosa comienza mucho antes: comienza en los países cuyas sociedades han caído en la apatía y dejan avanzar el autoritarismo con complacencia, total, la política no es para ellos. Los procesos políticos duran mucho tiempo, pero el mismo no significa nada en términos históricos. Hitler ha sido un ejemplo de ello y, por cierto, más que suficiente. Hoy puede uno pensar que las atrocidades del nazismo están lejos y, aliviado por esa perspectiva histórica, bajar la guardia y creerse a salvo. La buena noticia es que si un ciudadano participa a tiempo de las cuestiones de la sociedad y la nación, evita estos abusos atroces en su faz germinal. La mala noticia es que, no importando lo obvia que parezca la anterior definición, los hombres participan cada vez menos. Y si cometen esta peligrosa omisión con su propio país, ¿qué decir cuando se trata de la región, el continente o el mundo? Callamos frente a la evidencia de que el sistema debe volver a los valores y corregir las asimetrías que existen a nivel local y global. Regiones y países son condenados al atraso, la guerra, el hambre o las epidemias y vemos esto como si se tratara de un fenómeno meteorológico en el que nada tuvimos que ver. Total, los problemas pasan lejos. No entendemos que no cuidar nuestras propias instituciones participando es dar el primer paso. Nuestro país está inmerso en un concierto de naciones, en algunos casos con buena, mala o nula relación. Sin embargo, muchas de las cosas que pasan en el mundo se relacionan con lo que nuestro país decide en organismos internacionales o con las posturas o gobiernos que avala. Usted no va a decidir a las Naciones Unidas, pero sí votan los representantes del gobierno que usted elige. Usted no declara una guerra, ni invade un país soberano, ni bombardea, ni se perpetúa en el poder. Pero puede hacerlo un país que el gobierno que usted eligió declare como “amigo”. ¿Y si producto de una falta de pronunciamiento a tiempo de nuestra diplomacia avanza un conflicto? ¿Y si un aliado autoritario se alía con un régimen teocrático? ¿Dónde queda el librepensamiento? El mundo tiene muchos desafíos, la pobreza, el hambre en su estado más salvaje, las epidemias, las guerras fratricidas, África minada y diezmada, inmensas regiones sin agua y el peligro de que la misma escasee en el futuro en todo el orbe. Son los desafíos del mañana, que comenzaron hace tiempo y no hemos podido ver. Frente a estos objetivos, ¿podemos darnos el lujo de no participar? Piense Usted libremente y… acepte el desafío