Martin Bermudez Opiniones y Dudas

martes, diciembre 15, 2009

Cuatro mil años de ejemplos…¿para construir nada?

El rey sumerio Gudea de Lagash (2100 a.c. circa) se encuentra representado en múltiples grabados y esculturas. Dos de las más conocidas son las estatuas de “El Arquitecto del plano” y “El Arquitecto de la regla”. Hace cuatro mil años, un poco más. Interesante paso a la posteridad, no por guerrero ni conquistador, sino por “constructor”. Es claro que el tránsito por los años de la historia no necesariamente nos pone en una situación ventajosa a la hora de aprender. Cuando uno piensa en valores, tiende a creer que algunos de ellos son patrimonio único y exclusivo de la modernidad, sin entender que han sobrado ejemplos desde la protohistoria, de líderes y gobernantes que entendieron la construcción como un valor fundamental en el crecimiento de la humanidad. Y hablar de construcción no remite solo al hecho arquitectónico, seguro que no. El primer templo que se construye es el del hombre mismo, luego el de la familia, luego la sociedad y la humanidad entera. Muchos autores otorgan a las catedrales medievales un valor de representación simbólica de la relación del hombre con la naturaleza, con Dios, con el universo; pero, indudablemente, todo comienza con un proceso interno. Ese mismo proceso que transitaron los prohombres, los padres de la patria, los grandes pensadores, los altruistas, los humanistas, no siempre estuvo acompañado por estatuas ni los debidos honores, pero dejó huellas. Ligera paradoja: no buscaron ni el bronce ni el mármol, solo mejorar el futuro. Pesado contraste: hoy se buscan las cámaras, la prensa, los premios, el poder, la perpetuidad en los fatuos cargos temporales. Y mientras tanto, nos negamos toda posibilidad de heroísmo pedestre y cotidiano, pensando que poco podemos hacer para torcer el rumbo del presente. ¿Quién piensa en construcción? ¿Quién puede divorciar su realidad de precios desbocados e instituciones depauperadas para pensar en la posteridad? Sin embargo, la sola repetición de gestos de urbanidad ya sería un avance. Educar a nuestros hijos, trabajar horadamente, cultivar las artes, combatir las razones de la pobreza, investigar en medicina, estudiar, entre otras cosas que consideramos rutinarias, fueron parte de las actividades que hicieron que se destacaran en la historia muchos de los que hoy honramos con la memoria. Algo hemos avanzado. Los grandes alquimistas de otrora no recibieron, siquiera, la formación que hoy adquiere un simple estudiante secundario, pero había una mística de progreso, había propósito. Esto significa, ni más ni menos, que el conocimiento ha desbordado, haciéndose accesible a los que no componen la “elite” intelectual. Pero, de nada sirve este aparente avance si no es acompañado por los valores y, mucho menos, si no señalamos los disvalores. Si no nos construimos individualmente, si no cuidamos nuestro templo interno, si no predicamos con el ejercicio del ejemplo, nuestro prospecto es muy pobre. Las piedras se usaban para construir catedrales; ahora, se le tiran a la policía en las manifestaciones. Seguramente es más cómodo hacer la vista gorda frente a la locura discursiva de las promesas incumplidas, mientras la billetera no adelgace, que ejercer nuestra ciudadanía con responsabilidad frente al futuro. Pero vamos a dejar una herencia que no producirá, precisamente, la admiración de las próximas generaciones. Muy por el contrario, nos dejamos la mística en el camino y aceptamos que un “aparente” estudiante explique a las cámaras de televisión, que él es un “consejero estudiantil” elegido democráticamente, cuando su discurso amerita una vuelta a la escuela primaria habida cuenta de la escases de letras “ese” de que adolece su discurso, justificando los cascotes arrojados al Congreso y a la policía. O bien, que un ministro maltrate a la prensa con frases desafortunadas de jugador de truco; o que un gremialista se desplace en un auto alemán último modelo, o que un juez acepte presiones del Poder Ejecutivo; o que un gobernante multiplique su fortuna más allá de la mínima prolijidad; o que un “barrabrava” tenga chapa política; o que un piquetero presione a los representantes genuinamente elegidos por el pueblo de la Nación; o que un grupo de cuatro gatos locos corte las principales arterias de una “megapolis” como Buenos Aires, pasándose por sus partes el trabajo y las responsabilidades del resto del colectivo social. Y podrían ir mil ejemplos más. Pero ninguno, ninguno, se parecería a la idea de construir. Y lo peor de todo: el material está y los constructores también. Son más los hombres buenos, son más los justos, son más los honrados; pero deben decidir, de una vez por todas, ocupar su lugar y comenzar a reconstruir. Para que Gudea no deba esperar otros cuatro mil años…y nosotros tampoco.


 
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