Martin Bermudez Opiniones y Dudas

lunes, agosto 24, 2009

Cruz Roja. Sobre el cuidado de los milagros.

-Yo no creo en milagros-, sentenciaba un compañero de trabajo, una madrugada reciente en que nuestro avión llegaba a Buenos Aires. Lo curioso es que, en ese mismo momento, el sol se veía asomar por el horizonte. Recordé palabras de Chesterton, quien decía que el verdadero milagro radica en que el sol salga, todos los días, por el mismo lado. Y es ese mismo amanecer, que da origen al día y a la vida, el primero de muchos hechos que asumimos descuidados, olvidando que serían razón suficiente para agradecer a Dios o a quien nuestra fe indique. Es que estamos ocupados, haciendo todo lo posible para destruir las cosas buenas que ya teníamos. ¿De qué otra forma puede entenderse nuestra irresponsable forma de cuidar el planeta? Territorios ricos, como la Argentina, no alcanzan a darse las leyes que aseguren el desarrollo sustentable; el paradigma de la conservación del medioambiente se encuentra muy lejos del ideario de la mayoría de nuestros legisladores. El suelo y el agua, básicos en un enfoque conservacionista, son maltratados por industrias, ciudades que crecen sin plan, empresas mineras que explotan a cielo abierto. El hombre, sujeto y objeto del cuidado del planeta, se mata en guerras injustificables, fabrica armas, genera pobreza por inequidad, excluye, explota a sus semejantes e hipoteca su futuro en aras de un avance, al menos, discutible. Pero aún así, los milagros siguen existiendo. Esta afirmación, que podría parecer aventurada, se basa en la indiscutible prueba de que, aún, quedan hombres buenos. Hombres que podrían, tranquilamente, subirse al discurso del escepticismo y, sin embargo, optan por ejercer sus valores. Piensan en el otro…en los otros y hacen cosas buenas. Vayan como ejemplo la innumerable cantidad de organizaciones que cada día luchan, en forma desinteresada, contra la mayoría de los pecados de la humanidad. Comedores infantiles, voluntarios en hospitales, bomberos , maestros rurales, activistas de Derechos Humanos, científicos sacrificados, padres sustitutos, algunos políticos probos; son solo emergentes de un tejido humano que aún abona los milagros y los cuida. Uno de esos ejemplos es la Cruz Roja. Fue fundada por el Masón suizo Henry Dunant, acompañado por otros Masones, que tomaron una iniciativa típica de la institución a la que pertenecían; fundaron y luego, cuando fue sustentable y pudo darse su propio gobierno, la legaron a la humanidad. Para muchos, será solo una institución más, que periódicamente, realiza alguna colecta, para ayudar a los damnificados por un desastre o una de las tantas guerras del calendario de la infamia del hombre. Para otros, habrá significado, como objeto de su ayuda, la diferencia entre la vida y la muerte. No es poco. Desde su fundación ha sido la garantía de supervivencia de las víctimas de la estupidez del hombre, que se afana en seguir pensando la guerra como una opción; también ha mitigado el sufrimiento de millones de personas maltratadas por los desastres naturales. Hace pocos días, un amigo que colabora con la Cruz Roja me pidió ayuda. Necesitaba que lo ayude a difundir un programa, implementado en España desde hace quince años, que ahora se lanza en Argentina. Se trata de un sistema de atención remota para ancianos que no tengan quien los cuide, llamado “Teleasistencia”. Recurrí a algunos directores de radios, publiqué una gacetilla en las agencias de noticias para las que escribo, mandé un pedido de difusión a mi lista de contactos de correo y recibí colaboración, bastante, aunque no sé si será suficiente. Pero la respuesta fue inmediata y positiva. Eso ayuda y me ayuda. También me hace ver que los milagros existen y hay gente, buena gente, dispuesta a cuidarlos. Todavía hay valores en acción. Todavía hay milagros y están ahí, tan simples como el amanecer.


 
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