Martin Bermudez Opiniones y Dudas

sábado, octubre 16, 2010

Pechos y tanques. Una perversa asimetría.

El cómico español Gila, hacía en uno de sus monólogos, una descripción de la pobreza devastadora a la que se enfrentaba un pueblo durante la guerra y refería que “como no teníamos artillería, mandábamos a un pelado en un Fiat 600, que llenaba de insultos al enemigo…y no lo mataba, pero lo desmoralizaba bastante…” Mi padre escuchaba este y otros chistes grabados en un disco de pasta y yo, todavía en mi infancia, no entendía la sublime metáfora del monologuista, que graficaba el horror de la guerra en un pase de comedia. Mi padre lloraba, literalmente, de risa. Yo no entendía, entonces, que esa risa era correspondiente a los pensamientos que mi viejo me inculcaba sobre la guerra y la crueldad absoluta y definitiva de esta atrocidad, sostenida por el hombre con argumentos absurdos e indefendibles desde el punto de vista humano. Muchos años tardé en entender la diferencia entre un tanque y un “600”. El espeluznante chirrido de las orugas de un tanque, escuchado en las bandas de sonido de películas bélicas, nunca auguraba nada bueno. No podía hacerlo. La llegada de un tanque siempre es el preludio de una tragedia, absoluta y definitiva, también. Pero, si horror me causaban esas imágenes y sonidos, asumía que había cierta proporcionalidad en el caso de una guerra. Los hombres alinean tanques, antes de comenzar un ballet de fuego y muerte. Pero, de ambos lados hay soldados. Cuánto peor aún, cuando frente a los tanques hay, simplemente, hombres desarmados y comandando las máquinas de guerra, hombres también, pero desalmados. Criminal desproporción. La misma desproporción que deben haber sentido, allá por 1989, los jóvenes estudiantes concentrados en la Plaza Tiananmen, en Beijing, China, esperando lograr resultados superadores en materia de libertad y democracia. Fue ese, amén del terror, el sentimiento de esos muchachos, que ingenuamente subestimaron a un régimen que no admitía fallas ni debilidades en su visión totalitaria. Y comenzó la orgía teñida de sangre…y los tanques comenzaron a aplastar vidas, ideales y futuros, alejando toda esperanza de cambio, asegurando la estabilidad del régimen, advirtiendo a los futuros desestabilizadores de que no habría piedad. Ellos se dejaron aplastar. Le pusieron, literalmente, el pecho a los tanques. Tiananmen fue el punto de partida de muchas iniciativas valientes de algunos que sostuvieron su valentía en el tiempo, hasta hoy, más de veinte años después. Una de las consecuencias derivadas de estas luchas por la libertad se vio reflejada en estos días con la entrega del Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, un perfecto ignoto para casi todo el mundo, que lleva, entre otros méritos, un pecho que se salvó de los tanques. China sigue teniendo los tanques, pero muchos países solo pueden oponerles el pecho a la hora de señalar algunas de las asignaturas pendientes que, aún, tiene la segunda potencia mundial: los Derechos Humanos. Y, cuando uno habla de esos derechos, debe remitirse al primero de todos, que es el derecho a la vida. Todas las actividades del hombre deben tener como punto de partida ese derecho y preservarlo. Todo régimen que aplaste las ideas con material bélico, debería revisar sus valores. Baste como ejemplo el hecho de los mineros chilenos: el mundo siguió en vivo, por todas las cadenas noticiosas, el rescate metódico, humano y prudente. Pero nadie dijo que, en China, mueren al año unos 500 mineros en sus minas de carbón. Carbón que, por otro lado, convierte a ese país en uno de los mayores contaminantes del planeta. ¿Es esto solo un descuido de la prensa o, muy por el contrario, simple y llano miedo? El premio Nobel es solo un pecho más, contra el tanque que no quiere oír, pero es bueno que el mundo sí lo oiga. Porque, en definitiva, lo que uno quisiera no oír más es el chirriar de las orugas, ni contra civiles, ni contra soldados. Y los tanques deberían quedar relegados para siempre, en los museos del fracaso del hombre, para que los pechos respiren tranquilos el aire de la libertad. En China y en todo el mundo, la guerra y los tanques son solo una parte del infierno, que compramos por adelantado.


 
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