Martin Bermudez Opiniones y Dudas

martes, junio 01, 2010

Sobre goles y prontuarios.

A pesar de la evidencia de las cosas turbias; aun sabiendo que las emociones rozan la ingenuidad; enfrentados a sentimientos encontrados del tipo Maradona sí-Maradona No, cuando dudamos del ejemplo elegido como representación del deporte argentino; aun maldiciendo porque un jugador de nuestra preferencia quedó afuera: vibramos con el mundial. Es ese inexplicable sentimiento animal, que nos enfervoriza hasta el paroxismo, haciendo que olvidemos que no todo vale cualquier precio. Y la impunidad sempiterna, siempre ahí, en el tablón, el “bondi” prestado por un empresario amigo, que siempre ayuda a movilizar, barras o cuadros políticos, o en un avión… Pocos periodistas se animan a denunciar, durante el cuatrienio de la alternancia entre un mundial y otro, a las mafias (Sí, mafias con todas las letras) que viven en el lado oscuro del fútbol. Y la hipocresía de los dirigentes; esa cara dura que les facilita poner cara de yo-no-fui, yo-no-los-conozco. Crápulas enriquecidos, merced a los recursos monetarios a los que acceden, cuando dirigen un club; dinero abundante que fluye en los pases de jugadores; campañas políticas de clubes mezcladas con las otras campañas, las que requieren fuerzas de choque funcionales a un acto en la Matanza, o en Avellaneda, o en el Luna Park, o en un sindicato que necesita hacer “aprietes”. Y nosotros, quemando bocinas, comprando banderas, pintándonos la cara. Como en el setentaiocho. ¿Somos ciegos? ¿Sordos? ¿Locos? No, no y no. Hay dos mundiales. Uno, el del lado bueno, donde las lágrimas son genuinas, la alegría por el gol espontánea y los festejos fraternos. Otro que mete miedo y da asco, mucho asco. Pero no repudiamos (ni re puteamos) lo suficiente. Entonces, pasan los años y algunos dirigentes del futbol se enquistan en la política grande, la que necesita hombres de bien, pero los expulsa al dejar espacio a delincuentes con cara de hombres de estado. No hay divorcio entre una cosa y la otra. El fútbol nos desnuda, nos pone en evidencia, nos muestra que los valores no son relativos: si admitimos la corrupción en la organización de una justa deportiva, admitimos la corrupción en todo. No hay término medio. Y caen papelitos, suenan bombos, se oyen cantos de la hinchada (que no es la barra brava) y volvemos a llorar, cantamos el himno, miramos las caras de nuestros jóvenes jugadores y nos sentimos “tan argentinos”. Amnesia emocional. Pero ojo, no confundirse: no hay miembros de la corporación política que desconozcan la corrupción que convierte a los barras en una herramienta funcional. Y nadie, nadie quiere hacer demasiado barullo denunciando, no sea cosa que termine trasquilado y se interprete que es un anti-argentino, anti-fútbol. Es así como, junto a las familias y los hinchas de verdad que pagaron su pasaje con ilusión, encontramos a los que lo pagaron con corrupción, propia y ajena. ¿Ganar o perder un mundial cambia algo? Probablemente sí: los bolsillos de los dirigentes. Por supuesto queremos ganar el mundial, que Messi brille, que se luzca, que haga caños, que les pinte la cara en el área a todos los arqueros, que no deje de sonreír y abrazarse con el equipo ante cada valla vencida. Pero no, definitivamente no, que se reciba a los delincuentes disfrazados de hinchas en la concentración, como si fueran dignatarios de una potencia extranjera. Uno no sabe qué responder cuando un hijo pregunta: ¿Por qué no los meten presos? Están identificados, tienen antecedentes, han estado implicados en actos de violencia, cuando no de homicidios. Pero viajaron al mundial. Obtuvieron pasaportes. Y después, cuando den la nota, cuando cometan actos de vandalismo, cuando salgan en todos los diarios del planeta, serán argentinos, sin distinción; no criminales: argentinos. ¿Sirve de algo ganar un mundial a ese precio? Alguien pagó los pasajes, o los pagaron con robos, secuestros y tráfico de drogas. Alguien permitió que fueran; alguien les dio pasaporte, alguien los puso allí. Quisiera saber quién es ese alguien.


 
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