Martin Bermudez Opiniones y Dudas

lunes, diciembre 03, 2007

Sobre la libertad y la violencia.

Uno de los peores ataques que puede sufrir la libertad es la violencia. Cuando se asocia a las rejas que ponemos para proteger nuestros hogares con una prisión, no es precisamente una metáfora lo que estamos formulando. De la misma manera podríamos enfocarnos en los vidrios polarizados de los automóviles, los sistemas de alarma en el hogar, el automóvil o las empresas. Pero la lista sigue. Boleterías de las estaciones de tren protegidas por vidrios espejados y mallas de acero, policías o gendarmes recorriendo los andenes, seguridad privada en los puntos de acceso a las estaciones. Restaurantes y centros recreativos que mejoran su competitividad ofreciendo estacionamientos custodiados, mientras que los que no pueden hacerlo disminuyen sus ingresos, en el mejor de los casos, o se ven forzados a cerrar. Barrios privados, condominios y edificios de lujo que atraen, fundamentalmente, por su oferta de seguridad; mientras tanto, quienes no pueden pagar estos servicios, quedan fuera, expuestos a la normal estadística de criminalidad de los barrios comunes. Los mismos barrios comunes en los que los niños podían jugar en la vereda. Términos de un argot que era infrecuente conocer hasta hace no mucho tiempo, como: motochorros, pibes chorros, piratas del asfalto, secuestros express, pungas(carteristas), arrebatadores, ratis (policías, para los delincuentes) y una interminable lista cuya sola mención eleva la frecuencia cardíaca y el stress. Trabajadores y familias con el futuro roto y la esperanza enferma por lo casi inevitable de la violencia diaria. Acostumbramiento, peligroso acostumbramiento a convivir con el mal. Hace pocos días iba descendiendo de una autopista en el centro de Buenos Aires, cuando al final de la rampa vi cómo robaban a un automóvil detenido en un semáforo, pocos metros delante mío. A las seis de la tarde, en pleno día. El delincuente huía a pié, y la policía no podía perseguirlo, por estar su patrullero del otro lado de la plazoleta central de la Avenida Nueve de Julio. Impunidad. Lo curioso de esta anécdota no es lo ocurrido, sino la poca importancia que le asigné al hecho, de manera tal que, cuando media hora después estábamos reunidos con un grupo de amigos, olvidé relatarlo. ¿Ya perdí mi asombro? Cada uno de nosotros guarda, in-pectore, una solución posible, pero no logramos conjugar “todas” nuestras soluciones en un armado social. Solo el consenso, la voluntad política y el esfuerzo público pueden articular soluciones reales. La espera de un “mesías” de la seguridad, tan arraigada en algunos sectores, me lleva a creer que nuestra mayor incapacidad sigue siendo política. No me refiero con esto a los políticos con cargos públicos, aunque no podrían aducir inocencia en este tópico, sino a nosotros mismos, los ciudadanos, que seguimos pensando que no hay conexión entre la educación y los valores con la criminalidad creciente. No son las fuerzas de la naturaleza las que producen delincuentes, sino la sociedad. Es justo aclarar que no puede relativizarse la responsabilidad frente a un delito, por lo que la justicia debe ajustar su venda y garantizar su ceguera, toda vez que un robo es un robo, un secuestro un secuestro y un crimen un crimen, amén de ser fracasos de nuestra capacidad cívica, lo cometa quien lo cometa. Nada agregan las soluciones cosméticas, ni las purgas policiales, ni los cambios de jefes, ni los rearmados de jurisdicciones, ni, mucho menos, los discursos de señores que con gesto adusto prometen frente a las cámaras de televisión, un futuro idílico. Eso es analgesia de discutible eficacia y nula eficiencia. Ya que hablamos de tejido social, entendemos que el mismo está vivo y enfermo. ¿Cree Usted en la cura por voluntarismo o prefiere un tratamiento probado y efectivo? El tratamiento es muy largo y hay que sumarle la prevención, pero es el único que garantiza futuro. Educación y valores. Educación en valores. Educación “con” valores. Nadie puede asegurar cuál es la parte de adentro de las rejas. ¿Salimos o entramos? ¿Avanzamos o retrocedemos? Lamentablemente, no tengo una respuesta. ¿La tiene Usted? Sueño con un país donde las noticias policiales ocupen pocas páginas de los diarios y, por soñar, me veo tachado de ingenuo. Un vice Jefe de Gabinete es asaltado y herido, llevándolo al borde de la muerte. Una anciana es robada por un motociclista que la arrastra hasta golpearla contra un poste y casi muere, repitiendo un modelo frecuente en Castelar, ciudad donde habito. Un joven es robado y tirado al piso, a las patadas, para robarle el teléfono celular, en pleno Obelisco de Buenos Aires y al mediodía. No logro digerir la realidad tal cual se presenta hoy. Si Usted tampoco puede hacerlo, póngase en movimiento, el trabajo es de todos. Mientras tanto, debo dejar de escribir estas líneas, golpean a mi puerta y no sé si es el herrero o el técnico de la alarma.


 
Google