Martin Bermudez Opiniones y Dudas

miércoles, junio 23, 2010

Todavía hay esperanzas, a pesar del “Gran Bonete”.

No son los políticos los que me preocupan. Somos nosotros. Nosotros; incapaces, cada vez más, de gestos de grandeza. Nosotros; exculpándonos frente a la historia, mientras buscamos en otros, los ricos, los pobres, los negros, los políticos, los ladrones, los gremios, una buena razón para sentir nuestra inocencia. Nosotros; mostrando a nuestros hijos las fallas de las instituciones, pero olvidando destacar la importancia de respetarlas a toda costa. Incapaces, también, de tomar al toro por las astas y comenzar a reconstruir la República que dejamos en el camino, allá en el tiempo, cuando los héroes eran hombres con coraje, convicciones y miedo. La política comienza toda vez que traspasamos el umbral de nuestra casa. Todo es política. Una reunión de consorcio; un grupo de padres organizando un viaje de egresados; una relación respetuosa con nuestros vecinos, compañeros de trabajo o simples conocidos. Porque se trata de construir desde las bases y no desde la terraza, es que enfocarse en nuestra cotidianeidad, puliéndonos como personas, es el primer paso de los objetivos más elevados. Perdimos la capacidad de escuchar el disenso, de hacerlo en forma activa, de ser empáticos. Ahora, para eso, contratamos un “coach”. No todo es blanco. Ni todo negro. Es casi como si sufriésemos una “acromatopsia” (o daltonismo, que es lo mismo) y no distinguiésemos los colores de lo bueno, condición indispensable para conocer los de lo malo. Si mi esposa opina algo a favor del gobierno en una ronda de amigos, todos me miran como diciendo “divorciate”. Si tengo un amigo que piense que algunas medidas de gobierno son superadoras, me cuido de no juntarlo con los otros, los que piensan que todo está mal, porque seguro tendremos una discusión interminable, llena de argumentos copiados de lo leído en los medios, a favor o en contra. No polarizamos y no nos preguntamos: ¿A favor o en contra de qué? ¿De los hombres o… de sus actos? ¿Del discurso o… de los hechos? He mantenido mi independencia editorial a través de los años, a sabiendas de que no se abren muchas puertas jugando al librepensador. Pero, no importa si uno trata de criticar las macanas, pero destacar cuando algo está bien hecho. Se debe jugar para uno u otro bando, so pena de convertirse en sospechoso para ambos. Y a veces me pregunto cuándo vendrá la reacción. Y la respuesta es siempre la misma: cuando seamos capaces de lograr objetividad. A mí no me preocupa que la Presidenta tome los micrófonos con las manos, o su gestualidad, o sus berrinches, salvo cuando el objeto de los mismos son los periodistas, porque en ese caso, ataca una importante herramienta del funcionamiento republicano. Mucho menos me preocupa que la oposición esté dividida y no logre salir, en muchos casos, de la queja. Lo que sí me preocupa y me ocupa, es el vacío de propuestas. La falta absoluta, impúdica, indefendible, execrable, bochornosa, de políticas de estado. La miopía de pensar el futuro como algo lejano. Una primera lista corta: medio ambiente; educación; salud; justicia; seguridad; vivienda; infraestructura. Una más corta aún: valores. Y, entre ellos, uno fundamental: el respeto por las ideas de los otros. Los otros; oficialistas y opositores; todos los otros. Nadie tiene patrimonio absoluto sobre los aciertos y la historia reciente así lo ha demostrado. Si no logramos salir de esta lógica perversa nos convertiremos en algo mucho peor que aquello que hoy nos desalienta. Pero, no obstante lo planteado anteriormente, soy optimista. Veo cada día gente esforzándose, creyendo en sí misma, apostando a formar a sus hijos como hombres de bien, escapando de la furia hedonista de los noventa, ayudando a otros, defendiendo ideas sin aplastar las de los demás, honrando la Bandera y el himno aunque no juegue Argentina, cediendo el paso o el asiento, diciendo por favor y gracias, riendo con un chiste inocente, animándose a amar, abrazando a sus amigos, permitiéndose aún la ingenuidad por convicción y no porque no tienen más remedio. Y pienso que no todo está perdido. Ellos no culpan al “Gran Bonete”.


 
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