Martin Bermudez Opiniones y Dudas

lunes, marzo 01, 2010

Malvinas. Galimatías insular, diplomacia y miopía.

Todavía guardaba el recuerdo del olor a la grasa de los fusiles, la pólvora, el frio en el playón de la compañía, el uniforme insuficiente e incómodo, aún para Buenos Aires. Una memoria de impericias y camaradería inevitable; Sargentos de pocas letras y muchos gritos. Solo habían pasado cinco años desde mi absurda milicia forzada, con dieciocho años. Y un día escuché la voz de un Almirante arengando a una tropa lista para desembarcar en un fracaso, en una estupidez, en un error, en una locura. Y los uniformes también fueron insuficientes. Nuestra nación estaba cometiendo una de las peores atrocidades, desde el punto de vista estratégico, diplomático, práctico y humano. ¡Malvinas! Una lectura rápida nos pondrá en la pista de que Margaret Tatcher sabía lo que hacía. La interpretación de contexto explicaba que a la Premier británica le venía como anillo al dedo que el General Galtieri bebiera tanto. Ambos pasaban por momentos de impopularidad y decadencia política. El militar argentino necesitaba distraer. Tatcher también; pero ella llevaba una ventaja: Inglaterra siempre es estratégica, hasta en la demagogia. Fue así que se perdió, al menos aparentemente, para siempre, toda posibilidad de tratar el tema de las islas en una forma razonable y ventajosa para nuestro país. No hubo, ni habrá, marcha atrás. Se me ocurre que si la decisión hubiera sido tomada en un congreso democrático, la idea de una guerra en el atlántico sur hubiese sido recibida con abucheos desde todas las bancas. Pero no; el destino tenía un día de humor muy particular, abonado por un período de autoritarismo y adormecimiento cívico…y allá fuimos. A partir de ese infausto episodio de la historia nacional, dejamos que Inglaterra se asegurara los recursos a futuro, de una islas con obsolescencia desde el punto de vista estratégico-geopolítico, pero promisorios negocios. Igual, había que esperar. Un barril de petróleo a ocho dólares no ameritaba la prospección ni el riesgo financiero. Mientras tanto, la pesca, solventaba los gastos y servía para la caja chica (no tan chica en verdad). Pero el precio del crudo comenzó a crecer. Allá por 2006 se publicaron titulares en algunos diarios sensacionalistas británicos, que hablaban de un supuesto crecimiento de la Fuerza Aérea Argentina, paralelamente a maniobras de un submarino argentino. Citaban como fuente al Foreign Office. No hubo desmentidas. Recuerdo que, ante la evidencia de que era una operación de prensa de bajo impacto, publiqué una nota, bastante enojado por cierto. Aquí, la noticia pasó sin pena, ni gloria, ni siquiera un atisbo de que había un trasfondo preocupante. Inglaterra reforzó su presencia militar un poco más, solo lo necesario. Aseguraron posiciones. En términos de política internacional, preparar los escenarios con algunos años de antelación, es de manual y aconsejado por la prudencia más elemental. La misma prudencia de la que ha carecido nuestra política exterior, toda vez que se ha tratado el tópico de este artículo. Eso también tiene que ver, entre otras cosas, con el poco respeto que se ha tenido a los diplomáticos de carrera, que los hay y muy buenos, por cierto. El Canciller Di Tella genero bastantes arranques de humor cuando intentó un acercamiento desde la seducción con los habitantes de las islas. Pero, ¿alguna vez pensamos en la integración como una herramienta razonable? ¿Cuál hubiese sido la suerte si se hubieran construido puentes? Turismo, desarrollos conjuntos en materia de pesca, creación de acuerdos para que los malvinenses pudiesen estudiar en suelo argentino. Mirándolo hoy ¿No hubiese sido más barato desarrollar una Universidad del Atlántico Sur en Rio Gallegos? Dictar clases en español e inglés, generar convenios de cooperación tecnológica y académica, darles a los isleños una alternativa continental cercana, también para el turismo y la recreación, seducirlos con inteligencia, sin ositos de peluche: ¿Hubiese sido pueril? Por supuesto que Inglaterra iba a sabotear toda iniciativa en ese sentido, pero valía la pena intentarlo. Aun suponiendo que hubiésemos aceptado (Naciones Unidas de por medio) la auto-determinación de los kelpers: ¿No era una gran ventaja estar a tiro de piedra? Desde el punto de vista económico, sería más viable que el juego de suma cero en el que desembocamos. Pero, para ser honestos intelectualmente, hay que ser empáticos. ¿Qué puede atraer a los habitantes del archipiélago hacia un país inestable, latino, impredecible, que tuvo el mal gusto de invadirlos? Silencio. La respuesta no nos gusta. Han pasado casi treinta años y no hicimos nada, nada. Solo reafirmar nuestra indolencia grave, dejando que se dijesen políticos una colección de tipos de poco brillo y mucho barro. Y Chávez se desboca, y emula a Idi Amín, aquel ridículo dictador de Uganda que le hablaba a la Reina de Inglaterra como si fuese su suegra y le declaraba la guerra tres veces por semana. Y, olvidamos el T.I.A.R (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), un fiasco con muchas ínfulas e inoperante frente al real mapa de los intereses internacionales. Es, por supuesto, muy alentador que más de treinta países se pronuncien a favor de la postura argentina. Pero frente al desparpajo con que Gran Bretaña ejerce su poderío, son solo expresiones de deseo de países que, en muchos casos, no podrán hacer valer ningún tipo de sanción. Porque el Derecho Internacional no es Justicia. Solo las potencias están en condiciones de hacer que se cumpla. Y ese es un club en el que no revistamos como socios. Peor aún, nadie confía en nosotros, porque nuestro país lo manejan personas y no instituciones. Hace pocos días salieron noticias que decían que las grandes petroleras no estaban dispuestas a invertir en Argentina. Sobradas muestras damos, cada vez que coqueteamos con expropiadores demagógicos y sus obtusos discursos, que no es prudente invertir muchos millones de dólares, para que luego la aventura sea capitalizada como botín político, en el mejor de los casos, o, como otra adquisición de algún empresario amigo del poder de turno. Por supuesto que quiero decir que las Malvinas son argentinas, pero como a todas las cosas argentinas, las hemos descuidado. Y todo, absolutamente todo, comenzó descuidando la democracia y la Constitución. ¿Alguien tiene idea de cómo nos ven los kelpers?


 
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