Panorama de una aviación turbulenta
La aviación en la Argentina no ha entrado en una crisis; ya estaba en ella. Los datos emergentes de la película, que parece haber denunciado el tema, solo han instalado el mismo en la opinión pública. Todas las personas que viven la aviación (no se trabaja en la aviación, sino se vive en ella), sabían de la corrupción estructural. Claro que mal pueden pedirse actitudes heroicas de denuncia a los que no tienen protección laboral, jurídica ni social para enfrentar a un sistema. En una lectura apresurada (que es lo que más caro se paga en esa industria), podría cometerse el error de culpar a “alguien” y, peor aún, otorgarle una temporalidad específica a un deterioro que tiene la misma data que el de las instituciones de la república y la moral argentina. Ahora, llama la atención que no se hayan producido más accidentes, en vista de los alarmantes datos conocidos. Pero la diferencia en la estadística de las catástrofes la ha marcado el celo y la pasión de quienes lidiaban con las fallas latentes. Es evidente que más de ciento cuarenta muertes en dos años pueden, y deben, causar alarma como dato estadístico. Sin embargo, deberíamos desgranar la responsabilidad. De la misma manera que no puede achacarse a “solo” un piloto la total responsabilidad por un accidente aéreo, mal comenzaríamos un análisis suponiendo que “solo” la Fuerza Aérea tiene el patrimonio del drama. La nombrada fuerza, producto de un anacrónico concepto propio de mentalidades obsoletas, dirigía (o aún dirige) los organismos de control sobre la actividad; pero ¿ quién o quienes debían controlarla? Demasiados políticos han visto durante años, merced a la gratuidad de los pasajes (que merece un capítulo especial en un compendio de corrupción) volaron con la suficiente frecuencia para observar la precariedad de muchos aeropuertos de la Argentina. Casi ninguno escapa a un índice de equipamiento paupérrimo. Se supone que un avezado político, que debiera tener sentido común para manejar la cosa pública, debería haber notado la ominosa presencia de una auto bomba desvencijada, bajo un pobre quincho, en el aeropuerto de su ciudad natal. ¿Y qué hay de lo que no se ve? Ser controlador aéreo implica dedicarse a una de las actividades más estresantes (o la más) del universo laboral. Este dato surge de analizar controladores de Europa y Estados Unidos, que soportan una mayor concentración de transito aéreo, pero que definitivamente tienen mejores herramientas. El caso de los controladores argentinos podría asemejarse a una situación en la que un neurocirujano debiera operar con un instrumental compuesto por un tenedor, una llave inglesa y un frasco de mermelada. Solo es posible que las cosas sucedan de esta forma, cuando no existe un marco jurídico adecuado, organismos de control independientes y voluntad política para controlar y sancionar las conductas irresponsables. Hablamos de responsabilidad. La aviación, junto con la informática, han sido las industrias de mayor evolución, en cuanto a contenidos, progreso y confiabilidad, de la historia. Lo que antes era aventura, ahora es rutina. El aprendizaje siempre se produce sobre los errores. Por eso lleva tanto tiempo el análisis de un accidente. En una emergencia, nadie improvisa. Ante cualquier falla, se procede a repasar una lista de chequeo, que surge de las constantes redefiniciones que se formulan analizando errores anteriores. Pensar en una rápida solución política a la crisis denunciada sería contradecir la más elemental prudencia aeronáutica. Hay quienes dicen que el Presidente de la República no tenía este tema como prioritario y que de alguna manera lo “operaron” frente a la sociedad para que tuviera que decidir el traspaso. Si non e vero, e bene trovato. Roguemos ahora que el cambio no sea solo en la imputación presupuestaria y que no se ceda a la tentación de pagar deudas políticas nombrando amigos ineficientes para un lugar donde la ineficiencia cuesta vidas.