Que se ocupe otro
Entonces, que se ocupe otro. La democracia no es pura delegación de tareas, seguro que no lo es. En todo caso, es la mejor herramienta que hemos encontrado para gestionar la cosa pública. Para ello hemos transitado la historia dejando a nuestro paso ( porque lo nuestro es pasar...) millones de vidas y sueños. Algunos tuvieron la suerte de ver concretados sus anhelos, mientras que otros murieron con la tranquilidad de haber vivido acorde a sus ideas. Quienes no hicieron ni una ni otra cosa tuvieron su pago: la más absoluta intrascendencia. No estamos hablando de trascender solo en el bronce, los manuales de historia o las novelas épicas, muy por el contrario, hablamos de la trascendencia anónima. La sentencia precedente parece constituir un oximorón, pero a pesar de su “aspecto” paradojal, constituye, quizás, una de las claves del crecimiento del hombre. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que ninguno de los “grandes” de la historia buscó la fama como un valor, sino muy por el contrario, ganaron la misma a fuerza de no buscarla. Solo persiguieron sus ideales y el tiempo, con una justicia muchas veces cuestionable, se ocupó del resto. Pero no es de los “grandes” conocidos de quienes deberíamos ocuparnos. Pensemos por un momento en todas aquellas personas que hemos admirado en la vida. Muchos pueden haber estado tan cerca como nuestros padres o abuelos. Héroes cotidianos que con una fuerza admirable formaron familias integradas por hombres de bien. Prohombres desconocidos que vivieron respetando valores esenciales para el avance de la humanidad. Seguramente ellos no se hubieran contentado con asimilar los titulares de los diarios como algo de lo que “otro” debía ocuparse. Seguramente, también, hubieran intentado al menos , atender las señales del posible deterioro de las instituciones producido ya sea por impericia o desidia. Pocas de las crisis que hoy vivimos no han sido ocasionadas por desatender las instituciones. Las mismas instituciones que deberíamos cuidar con la pasión y constancia de un curador de museo. Por ahora, hasta que demos con algo mejor, no hay un legado más importante para dejar a nuestros hijos que la conciencia por la responsabilidad cívica. Hacerles entender que a través de las mismas podemos cuidar la cosa pública. Las instituciones son la herramienta posible y nos resguardan de las injusticias y la inequidad. Aceptar que un hombre solo, sumando poderes en forma cuasi demencial y en un camino de peligroso sesgo totalitario, puede garantizar nuestro futuro, es repetir errores históricos. Hagamos nuestra tarea y no dejemos que se ocupe otro. La responsabilidad siempre será nuestra.