Sobre Moby Dick, la educación y los capitanes obsesivos.
Hasta hace unos años, todavía era frecuente escuchar la frase: “ va a llover, me duelen los huesos...” En muchos casos era una predicción de escasa validez o sustento científico, pero, confirmada por un oportuno chaparrón, se convertía en un arte adivinatorio de amplia aceptación en el imaginario popular. Es probable que la misma validez científica tenga juzgar la educación de un país por los programas de preguntas y respuestas que se ven los Domingos por la tarde/noche en la televisión argentina, pero las nubes igual asoman. El conductor del programa preguntaba sobre la Esfinge, enunciando: “ tiene cabeza humana y cuerpo de...? -¡Jirafa!!!!-Contestaba alegremente una estudiante secundaria. Claro que este es solo un ejemplo de un variopinto muestrario de ignorancias, que una mirada benevolente divorciaría de la realidad educativa, alegando livianamente que “ son chicos...” Un lugar no menor de este catálogo de consecuencias de la falta de lectura lo ocupó la pregunta sobre el color de la ballena Moby Dick. -¡Azul!!!!!- Contestó un agitado estudiante, que probablemente considere los libros como una herramienta del pasado. Mucho trabajo me costó no imaginar al Capitán Ahab, recorriendo la cubierta del Pequod, con su aguda mirada en el horizonte de su obsesión. Cuando Herman Melville escribió la historia de la ballena blanca, no solo estaba creando un clásico de la literatura universal, sino que al mismo tiempo dejaba plasmada una historia, cuyo fondo moral podría aplicarse a casi todas las actividades del hombre. Pero la moralejas no se explican. Las obsesiones de los conductores, ya sean capitanes de un ballenero, dirigentes de empresa o líderes políticos, pueden, y forzosamente lo harán, comprometer al colectivo que dirigen. Tal es así, que en el caso de los destinos de la República, la obsesión por la acumulación de un poder hegemónico solo pude arrojar como resultado el hundimiento de las instituciones y el compromiso del futuro de la nación. Teniendo en cuenta estos datos, imaginar al armador del Pequod volviendo a botar un barco y nombrando un capitán como Ahab lo pondría muy cerca de la estupidez. En lo que respecta a este autor, seguirá pensando que la ballena era blanca, que la esfinge tiene cuerpo de león y que la preservación de las instituciones de la República está por encima de las obsesiones de los hombres, más allá del lugar que ocupen en la sociedad.