Sobre los triángulos, el fuego y la religión.
En una instrucción repetitiva sobre técnicas de combate contra el fuego, he escuchado innumerables veces una interesante definición: podemos comparar el fuego con un triángulo, en el que las aristas son el combustible, la temperatura y el oxígeno. En vistas al inocultable y peligroso fuego religioso que está surgiendo en el mundo, no pudo este autor menos que establecer una analogía, arbitraria si se quiere, pero útil para reflejar un enfoque posible. Las aristas del triángulo del fuego religioso son: la intolerancia, los fundamentalismos y la falta de diálogo. Ahora bien: si las técnicas para sofocar un incendio tienden, en general, a eliminar una de las aristas, esto es, sin alguno de los tres elementos mencionados no hay fuego posible, eliminando cualquiera de los tres, ya sea oxígeno, combustible o temperatura, habremos terminado con el fuego. Volvamos a la analogía. En cuanto al tema religioso, ya no hay tiempo de parar la intolerancia y mucho menos de revisar con la premura necesaria los fundamentalismos, solo queda apostar por el diálogo. Por supuesto que el diálogo no es fácil y requiere de voluntad. Esto no conlleva la revisión de los dogmas de las religiones predominantes, sino muy por el contrario el respeto por los mismos. El espacio para analizar (y único posible) es la concordancia de los valores. Los dogmas son visiones sobre cómo alcanzar a dios y sobre quién es ese dios, son fundamentos de las religiones. Los fundamentalismos, en cambio, pretenden una expansión hegemónica de esos fundamentos. Ninguna religión está exenta de ellos. Lo que queda claro es que ocupan una porción minoritaria del colectivo de cada una. Es desde este punto de vista donde surge claramente que cada “fe”deberá revisar desde dentro el comportamiento y reactividad de sus fieles, ya que sería inadmisible aceptar intromisiones (entendiblemente) urticantes de dogmas extrapolados. Es el hombre quien ocupa el centro de este potencial drama, no las religiones. El derecho a la vida, fundamentalmente, es un valor sobre el que deberíamos apuntalar el resto del diálogo. Las guerras, la violencia del terrorismo, las exclusiones y la discriminación son malformaciones del tejido social de la humanidad y como tales deben ser vistos. Llega el momento de exigir a nuestros sacerdotes y referentes religiosos la concordancia y la tolerancia y, por supuesto, de dar el ejemplo desde nuestro interior. El diálogo es la última oportunidad; la falta del mismo propicia un fuego que ya tiene nombre: Armagedón.