Sobre la opinión que me merecen los anónimos.
Estaba preocupado por otro fracaso de la humanidad: Myanmar. Pensaba que una vez más hay un común denominador en las persecuciones; todos los que comunican deben ser apresados, perseguidos, privados de sus medios de comunicación. Una de las cosas que cuesta entender es la propensión del hombre hacia la maldad. En la novela de Aldous Huxley “Viejo muere el cisne”, un personaje muy fuerte, Propter, teoriza en forma absolutamente pesimista sobre el bien y el mal y utiliza argumentos que, de una manera demasiado convincente, llevan a revisar algunas ideas sobre la naturaleza del hombre. Sin embargo, la permeabilidad frente a esas ideas solo es posible en un momento de pesimismo propio. Quizás ese fuera el estado de ánimo de este autor al recibir un comentario anónimo hecho sobre uno de mis artículos. Nada hubiera pasado si dicho comentario hubiese versado sobre la calidad de mi escrito o, incluso, sobre la lógica de los valores expuestos. Pero no. En este caso el “anónimo” se explayaba en algunos juicios de valor sobre mi persona. Por supuesto que nada tiene de original. Toda vez que alguien decide comunicar se expone a este tipo de prácticas. Recuerdo de mis años en la radio que esto era una práctica diaria. En general, en términos de comunicación, todo comentario marca algo: bueno o malo te están escuchando. No tiene porqué ser distinto en el caso de lo escrito: si alguien se toma el trabajo de enviar un comentario, ya sea bueno o malo, lo importante es que lo leyó. Más aún, si esa persona se toma el trabajo de seguir lo que uno escribe y enviar más de un comentario… En todo caso, el problema será de él con su psicólogo, tratando de explicar por qué sigue leyendo algo que abomina; o peor aún: por qué lee cosas de alguien a quien aborrece. Pero algo me inquietó: ¿qué razón lleva a alguien a la más obscura de las cobardías? Nuevos planteos sobre la naturaleza del hombre. Un anónimo puede parecer algo inocente, pero definitivamente no lo es. Anónimos son los delincuentes (cuando lo logran); anónimos eran los secuestradores de la dictadura y también muchos de los denunciantes; anónimos que difaman, ofenden, lastiman, destruyen. Y detrás del anónimo un cobarde. Alguien que ni siquiera se hace cargo de su nombre y su miedo. Ríe solo, no puede ser de otra forma. Con nadie puede compartir la naturaleza de sus actos; sería mostrarse como un miserable. No fueron precisamente los anónimos los que ayudaron a la humanidad a avanzar, aunque el avance sea aún cuestionable. Aquellos que se animaron a fracasar firmaron sus obras sin creerse más ni menos que nadie. Por supuesto que habrán existido muchas razones que ameritaban el anónimo en la historia, sin embargo, a ningún hombre de bien se le cruzó semejante idea por la cabeza. Imagine Usted querido lector si alguien debe ocultar su identidad para un comentario sobre algo escrito por mí: ¿a qué le teme? La cobardía es socia de la traición. Con ese material solo se construyen objetos escatológicos. Pero no es la adjetivación sobre el oculto remitente la que puede resarcir, ni satisfacer, ni mucho menos punir la mediocridad. El solo construye su prisión. Extrapola sus fracasos y ríe como una hiena: solo y revolcándose en la carroña. En casos anteriores fueron mis propios lectores los que respondieron. Pero no es ese el sentido de mi blog. He decidido eliminar los comentarios. De esta forma, se terminó el juego para el cobarde. Ahora no puede hacer nada. Piensa que de nada le sirve llamarse Fulano, García o Ratiflutis (apellido inventado por Unamuno). Mientras tanto, seguiré volcando mis dudas y opiniones, tratando de mover alguna fibra de aquellos a los que, todavía, les resulta más importante tratar de sumar algo positivo a este complicado mundo que atacar a los que sí se animan a firmar, incluso hasta sus fracasos. Más allá de que en internet siempre quedan rastros, a las hienas se las reconoce por su olor. Ahora, volviendo a lo nuestro: irónicamente, se le reclama a China que intervenga en Myanmar. Paradoja si las hay. Les pedimos que defiendan derechos humanos. De paso nos damos una vueltita por el Tibet… Cosa curiosa: ahora que lo pienso, he firmado demasiados artículos, me he mostrado en televisión y he hablado por la radio sobre temas muy complejos. Me han traducido a varios idiomas hablando sobre la persecución a Falun Gong. He hablado sobre Guantánamo, Abu Grahib. Incluso me he puesto en camisa de once varas en muchos reportajes a políticos locales. Más de seiscientos reportajes dando la cara. He permitido que mi nombre saliera expuesto en La Nación, Clarín, Página 12, ámbito Financiero, Diario Popular. Escribo para la agencia Total News y firmo con mi verdadero nombre. Caramba!!! Que tonto fui. Quizás hubiera debido ocultarme tras el anónimo.