Sobre las extrañas danzas de la seducción política.
Toda vez que alguien se define como un “animal político” da la sensación de que estamos frente a alguien que nació para la política, como obedeciendo una especie de mandato natural inscripto en la selección de las especies; mandato excluyente para aquellos mortales que alguna vez abrigan la esperanza de poder revolucionar por algo. Chesterton hablaba de “revolucionar por la coherencia”, práctica utópica si las hay, habida cuenta de que los criaderos políticos no han sabido dar hasta ahora más que un universo de características expulsivas para gente de estómagos delicados. Esa quizás sea la razón principal por la que los académicos, científicos, empresarios y gente con sensibilidad social no logran nunca hacer pié en las prácticas de gobernar la cosa pública. Pero también hay otra razón: la endogamia. El maridaje se produce entre políticos reciclados que, sin pudor, oscilan entre partidos de las más diversas ideologías y discursos. La cosa es mantenerse en el establishment, no importa la vergüenza de abominar hoy de los que ayer eran nuestros gurúes. Es así como vamos escribiendo bonitas páginas de la antología del estancamiento de la dirigencia y, ya que estamos, desalentamos a la sangre joven, que no llega a ver más allá de la incertidumbre de su futuro profesional y laboral y acepta a los dirigentes como si de un fenómeno meteorológico se tratase. En este escenario, cada tanto, se produce un fenómeno de efervecencia política, que no es otra cosa que el resultado de las elecciones. Período interesante en el que las pujas, discursos y campañas nos convierten a todos en especialistas de la nada y opinólogos emergentes, hasta que la campaña acaba, comienza un nuevo gobierno y, otra vez, nos damos cuenta de que el billete de lotería no tenía premio y habrá que seguir trabajando, esperando un nuevo milagro, en el que una vez en la historia las promesas de campaña, simplemente, se cumplan. Ahora bien: habrá usted notado una cantidad de discursos de seducción entre diferentes presidenciables, que tratan de colgarse del último que tuvo una buena respuesta del electorado. Marchas y contramarchas para acomodar sus “asertivos” discursos a la conveniencia de quien quieren atraer. Y no se trata de un documental de National Geografic, aunque lo parezca. Son los animales políticos seduciendo. Solo son danzas de pavos reales, tratando de mostrar sus lindas colas,… aunque lo de reales…