Sobre el espíritu navideño y las libres interpretaciones.
Un amigo de este autor, comentaba que en la búsqueda del espíritu navideño, corremos el riesgo de quedar convertidos en eso...espíritus; ya que difícil se le hace al cuerpo resistir nuestros excesos. Hacía un cálculo de nula base científica, orientado a determinar cuánto alcohol debía filtrar el organismo durante el mes de Diciembre, alegando que a un promedio de dos brindis por día, al que llegábamos en la segunda quincena, estábamos libando casi quince litros de champaña y afines. En la misma mesa en que transcurría esta charla, otro amigo comentaba lo absurdo de festejar un nacimiento con pirotecnia. Sostenía que la navidad sirve para recordar el nacimiento del Niño Jesús y que nosotros, aún los más religiosos, tirábamos petardos en la nursery. Una cantidad de comentarios de igual tenor, fueron generando la idea de que con mucha facilidad perdemos el foco. Esto es: el espíritu de las fiestas nos empuja a un estado de paroxismo que atenta hasta contra las más elementales normas de convivencia; traducido esto en emergentes como el tránsito vehicular y hasta las peleas en la cola del supermercado, por que no nos cuidan el lugar para buscar el paquete de kani kama que olvidamos comprar. Quizás estos escasos ejemplos, puedan representar un variopinto muestrario de conductas cuasi agresivas, que no evidencian más que la necesidad de una válvula de escape. Claro que las válvulas de escape son necesarias, sí y solo sí, existe un exceso de presión que las active. Peor aún si dicha presión la aumentamos nosotros por compulsión de compras y miopía para ver las asimetrías, que por contraste, evidencian a un vasto sector relegado de la posibilidad de festejar. Quizás sea el momento de volver a la coherencia y pensar que hay mucho por celebrar. Haber pasado otro año no es lo mismo que haberlo recorrido, explorando todo su potencial para nuestro desarrollo. Estuvimos trabajando y algo hemos logrado. Ahora vendrá un nuevo año, con más desafíos y , quiera Dios, con más libertad. Aquellos que tienen la alegría de tener hijos, más allá de sus convicciones religiosas, festejarán el símbolo de la navidad, un nacimiento, pensando que el milagro también ha ocurrido en su familia. Aquellos que no los tienen, deberán mirar con más atención los gestos de afecto de los que los invitan a compartir la mesa. Quizás, ese, sí sea el verdadero espíritu de las fiestas, que nos prepare para un nuevo proyecto: el de la vida, como valor imprescindible. Gracias por haberme leído durante este año.