La catedral de los sueños…
En un momento en que los precios de las propiedades en España y Europa parecen estar cerca de su techo y, de hecho, han producido una crisis financiera, un dato llamó mi atención hace unos días: en la localidad de Mejorada del Campo, al sur de Madrid, hay una parcela de 4470 metros cuadrados que no se presta a ninguna especulación. Su valor: un millón ciento setenta mil Euros. Su propietario no presta atención a este tema; está abocado a una obra magna. Justo Gallego tiene ochenta y tres años y, desde hace cuarenta y cuatro, construye una catedral. Cuando digo construye, no me equivoco al usar la primera persona del singular. Solo, cabalgando en un sueño que podría haber sido considerado una quimera, llega cada mañana a poner sus manos al servicio de su proyecto. Se lo conoce como “el loco de la catedral”. Delgado, de rostro enjuto y ojos risueños, no se cansa de explicar que “esto” se lo pidió Jesús. No busque Usted su diploma de Arquitecto, ni siquiera el de Maestro Mayor de Obras: no los tiene. De hecho, nada sabe de construcción, salvo lo que ha podido leer en algunos libros italianos que versan sobre la edificación de catedrales. Una pena lo carcome: no sabe si le alcanzará el tiempo. A este ritmo, podría necesitar al menos quince años más. Todos sus materiales son recolectados en la calle. Ahora, en estos últimos tiempos, está recibiendo ayuda e incluso se ha abierto en el Banco Popular (España) una cuenta para aquellos que quieran hacer donaciones. Algunos amigos y parientes se acercan a dar una mano esporádicamente, pero él, amén de recibirlos con alegría, no descansa. La calificación que le han puesto no tiene intención peyorativa, por el contrario, su locura es festejada. Obsesión, persistencia, obcecación, testarudez; llámelo Usted como quiera, pero el resultado está a la vista. Una Catedral. No hablo de una réplica, ni un edificio alegórico: son ocho mil metros cuadrados. Mientras el edificio crece un dato preocupa: no hay permisos, planos, inspecciones ni documentación alguna que garantice que la estructura va a aguantar. Los turistas visitan el predio y quedan extasiados, no es para menos. Hace un tiempo el célebre Museo de Arte Moderno de New York (M.O.M.A.)organizó una exposición con fotografías de la obra. Justo Gallego se enojó. No entiende por qué y, de hecho, considera que estas cosas son fútiles ya que su obra tiene que ver con la fe. El asombro es solo parte de las reacciones que uno puede tener al conocer a la obra y su ejecutor. Confieso que ni siquiera sé si esta historia es un buen ejemplo de algo. Pero mientras escribo estas líneas, Don Justo sigue apilando ladrillos y rezándole a Jesús, que le ha encargado esta catedral.