Participar es salir del grotesco.
El grotesco sempiterno de la política latinoamericana causa, en el mejor de los casos, hastío y, en el peor, un cinismo peligroso. Como salidos de las páginas de un escritor adicto a las drogas duras (en la antigüedad lo hubiera sido al ajenjo) surgen líderes populistas, de discursos anacrónicos, que condenan a sus pueblos al escepticismo institucional. Esto es: nadie cree en las instituciones. Producto de ese maléfico paradigma, se espera que surja el “líder salvador” cuando, en realidad, la historia ha demostrado que ningún hombre puede garantizar el resguardo de la cosa pública, más allá de su bonhomía o sus elevadas intenciones. Este escenario es aprovechado por caudillos de valores depauperados, referentes de organizaciones gremiales, sociales o políticas para apalancar su extorsivo apoyo, que los mantiene constantemente en el poder. Hoy se abrazan con un presidente que antes denostaban, para luego lanzar anatemas sobre este y contribuir al encumbramiento de otro. Así, aumentan sus fortunas personales, rompiendo la lógica de la lucha que los llevó al liderazgo, en otros tiempos de billeteras vacías y viajes en ómnibus destartalados. Manejan mucho poder, señalan a sus sucesores con el dedo y taponan el reciclado de sus representaciones: están atornillados en sus tronos de cartulina. El simple trabajador del colectivo que (teóricamente) representan no cabe en su asombro y nada puede hacer. El miedo es más fuerte. Los periodistas les hacemos el caldo gordo; les damos el micrófono y los invitamos a hablar como si, desde su léxico de “eses” destruidas y frases de bravucón, pudieran plantear una salida a la crisis de las instituciones. El hombre común sufre al ver el espectáculo, pero no hay salida; al menos eso siente. Frente a este escenario de incuria que reflejan los párrafos precedentes podría el lector, lógicamente, preguntarse si mi intención era condenarlo a la depresión; pero no. Hay salida. Requiere de un esfuerzo casi fundacional, pero la hay. Puede que la democracia republicana no sea una herramienta perfecta, pero es lo mejor que nos hemos podido dar hasta el momento, a la hora de lograr que el hombre crezca y, al mismo tiempo, pueda pensar en un futuro promisorio. Tenemos una Constitución y las instituciones de la República aún funcionan. No hay que asustarse porque exista disenso; es una parte indispensable del crecimiento. No es malo que haya oposición, siempre que su foco esté puesto en propuestas creativas y no en ganar el poder, por el poder en sí. ¿No quiere Usted dedicarse a la política?, pues bien: al menos piense cuando vota. ¿Quiere Usted hacerlo?: participe de “todas” las actividades, aún las que le parezcan menores, como una reunión de padres en el colegio o una asamblea de consorcio. Lidere con ejemplos, sea respetuoso de los otros, eduque a sus hijos, cuide a sus mayores, denuncie lo que deba ser denunciado, aunque le parezca una pérdida de tiempo. Se trata de participar. El poder es, por definición, un espacio. Si Usted no lo ocupa…después no se queje.