La realidad de Aerolíneas: lo que no son pesetas…
¿Cómo entender el conflicto de Aerolíneas Argentinas? El mapa mundial del quebranto empresario podría estar amojonado de ejemplos acerca de la inviabilidad de la industria del transporte aéreo, entendida esta como una plétora de unidades de negocios aislados de los reales factores que justifican su existencia. La desregulación de las tarifas y la feroz competencia, aumentada hoy más que nunca por las empresas de bajo costo, se suman a un barril de petróleo cuyo precio crece frente a la evidente escasez de reservas y la especulación. Si tomamos en cuenta que el combustible impacta en casi el cincuenta por ciento de los costos de la operación aérea, podríamos decir que solo un loco o un aventurero pueden querer explotar un negocio así. Pero los aviones son tan indispensables como los teléfonos o internet. Es en esta instancia donde comienza a vislumbrarse la importancia de un sistema de transporte. Por un lado, las mayoristas de turismo, como fue el caso Marsans, deben asegurarse asientos para transportar a sus clientes de paquetes turísticos, que sí son rentables. Por el otro, algunos países necesitan regular su sistema como parte de una política de estado que ayude al crecimiento de regiones aisladas con potencialidad turística o económica, amén de integrar su territorio. Este es el caso de Argentina. Con estos datos preliminares, propongo al lector repasar los ciclos de “pérdidas” de Aerolíneas Argentinas. En los noventa, cuando se privatizó dicha compañía, la deuda que absorbió el estado fue de novecientos millones de dólares. Esta deuda se había acrecentado a partir de la década del setenta, en la que la empresa había adquirido aviones y reforzado su presencia global, alcanzando destinos hoy abandonados, como París, Frankfurt, Zurich; Amsterdam, Los Angeles, Guayaquil, Panamá, Toronto y Montreal. Era un puente a la Argentina; le hacíamos las cosas fáciles al viajero, lo traíamos a casa. El turismo receptivo era infinitamente inferior al de estos tiempos. Hoy somos los felices ciudadanos de uno de los destinos turísticos más deseados del planeta. Hoy, también, el estado nacional se encuentra frente al desafío de arreglar el desaguisado de una nueva crisis que acumula deudas por casi novecientos millones de dólares. Nótese que se han repetido los ciclos y las cifras. Esta empresa le cuesta al estado la misma cantidad de dinero cada período de entre quince y dieciocho años: novecientos millones de dólares. Una lectura apresurada justificaría las exclamaciones de asombro e indignación. Serénese. Para evitarle la búsqueda de una calculadora: son aproximadamente cinco millones de dólares por mes. Ahora bien, aléjese un poco de Buenos Aires y pregunte en el interior del país si quieren que Aerolíneas deje de volar. Averigüe la historia de Ushuaia, vaya al Calafate, Bariloche, la Patagonia en general; o Iguazú, Salta, o cualquiera de los paradisíacos lugares de nuestra bendita tierra. ¿Dejaría Usted que otro decida qué lugares crecen y cuales quedan alejados de la mano de Dios? ¿Permitiría que se frenen economías regionales que necesitan del transporte aéreo para sostener su crecimiento? Piénselo de esta forma: los aviones mueven al año volúmenes de negocios que exceden con holgura cualquier contraste que se quiera efectuar contra el costo de mantener la compañía. Nuestra Nación crece, no podemos dejar que otro controle su crecimiento. Estamos hablando de una política de estado y como tal tiene costos, pero también innegables beneficios. Se dice que pierde treinta millones de dólares por mes, quizás sea bastante acertado como guarismo, pero sin duda tiene un prospecto financiero mejorable con una buena gestión. Queda por observar la forma en que se da este proceso; ya sea quedando la empresa en manos del estado para siempre o generando fórmulas de privatización con “real” control de gestión; o bien apuntando a una fórmula que ya había planteado Rodolfo Terragno en los años ochenta, con composición mixta. Los españoles tienen un dicho que reza: “lo que no son pesetas, son puñetas”. Aun a riesgo de pecar de reduccionista, quizás, entender que el dinero del erario público volcado en nuestra línea aérea de bandera es una inversión estratégica más que un gasto sea el motor necesario para manejar el conflicto de Aerolíneas Argentinas y poner proa a un futuro más venturoso para una empresa decana de la aviación comercial en nuestro país y una de las más antiguas del mundo.