Sobre la longitud de los rollos de alambre. (O, La Falta de políticas de estado).
“Lo atamos con alambre…” decían los versos de una canción que el trovador de Ramos Mejía, Ignacio Copani, supo escribir hace ya demasiados años. ¿Quién no sintió que la capacidad de resumen de esos versos era extraordinaria? Sospechábamos, desde esa candidez política que nos lleva a esperar siempre al líder iluminado y salvador, que el cantante había logrado resumir la impronta institucional de nuestra patria de esa manera que hace que los artistas “pinten”, con una sola pincelada, toda una conducta cívico-social, que a un analista racional le llevaría un tratado completo. La canción supo tener una entidad que rozó las botamangas de “Cambalache”, pero Copani no es, ni será, Discépolo. El alambre, omnipresente en la solución de la cosa pública, podría definirse de esta manera: dícese “alambre”, en materia de política, a todas aquellas soluciones coyunturales que, por falta de políticas de estado adecuadamente consensuadas, deciden los representantes (del pueblo de la Nación y los miembros del Poder Ejecutivo Nacional, los intendentes, gobernadores, concejales y otros señores) que ocupan un lugar que nosotros “les dejamos libre”, toda vez que se produce una crisis, ya sea institucional, social, económica o todas al mismo tiempo. Atamos la historia con alambre, cuando juzgamos los años de plomo mirando a un solo lado de la aberración. También atamos, con el mismo alambre, la salida de la deuda externa, el default educativo, el sistema de salud, la seguridad ciudadana, la infraestructura de transporte, el sistema jubilatorio, la planificación de las carreras universitarias, la ecología, el desarrollo del agro, el desarrollo industrial, la política de migraciones, la legislación laboral, la justicia, la relación con los gremios y… hasta la mismísima Constitución. Pero ¿Cuánto mide el rollo? Cuando uno escucha las campañas, parece que hubiera equipo. Luego, en el trajín de administrar lo que les tocara en suerte (ya sea nación, provincia o municipio) comienzan a demostrar unas dotes de “alambradores” dignas de un profesional de la improvisación. Y así estamos. Si seguimos dejando quela política ocurra como si fuese un fenómeno meteorológico en lugar de algo en lo que sí podemos incidir, llegará el momento en que el proverbial rollo se termine. Entonces, frente a la evidencia de nuestra irresponsabilidad cívica, nos veremos obligados a hacer algo, que seguramente estará velado por nuestra compulsión improvisadora. Algunos rollos traen un aviso cuando queda poco en el carrete y el nuestro ya está a la vista. Indica que en septiembre de 2009 deberemos hacernos cargo de refundar la política argentina. Fue muy cómodo decir que se vayan todos, pero primero nos fuimos nosotros y dejamos el espacio libre. Hay tiempo, hay capacidad, ¿Hay voluntad? Justicia independiente, Congreso representando lo que debe representar y Ejecutivo ateniéndose a la Constitución…no necesitan alambre.