Martin Bermudez Opiniones y Dudas

sábado, julio 11, 2009

Los huevos en el llavero del Audi. Una modesta teoría de la frustración nacional argentina.

Hasta 1914, coinciden los autores en que, Argentina era la sexta potencia mundial. Pero, ¿qué pasó después? ¿Qué obscuro designio hizo que abandonáramos esa posición de privilegio para devenir en nuestro frustrante escenario actual? Algunos señalan que la ola era favorable, tanto como la de la segunda guerra mundial. Teníamos lo que el mundo necesitaba. Sin embargo, lo que nos empujaba era, ni más ni menos que, la educación. No otra cosa. Una educación que generaba una lógica de ascenso social desde el aprendizaje, viendo a esta como lo que realmente es: un valor. Eso permitió que naciera el paradigma de “Mi hijo el dotor”. No nos validábamos desde el poder o el dinero y, en todo caso, estos eran una sana consecuencia del conocimiento en estado puro. No había que congraciarse con el poder de turno, ni ser punteros políticos, ni coimear a tantos funcionarios, ni realizar negocios espurios, ni solazarse evadiendo impuestos, ni buscar la prepotencia del poder, como caminos de la validación social; aunque todas estas “bellezas” de la pobreza del alma humana ya existían. Solo había que estudiar, trabajar, creer en la familia y confiar en los amigos. La solidaridad era indiscutida e indiscutible. El motor era el futuro, más que realizable con las herramientas expuestas. El futuro de nuestros hijos era una certeza, no una pesadilla. El civismo era al mismo tiempo, un canto al optimismo y una demostración de que sabíamos construir. Pero algo pasó. Miles de hipótesis tratan de atribuir a un solo colectivo social la causa de nuestras desdichas: los milicos, los peronistas, los radicales, los oligarcas, los patria-contratistas, los menemistas, los liberales, los kirchneristas, los zurdos, los gorilas, los guerrilleros, los ruralistas, los curas, los judíos, y hasta los filatelistas, han sido “explicados” como causantes de una desgracia que los excede. Ninguno de ellos puede, per se, haber provocado la hecatombe. Solo sirven como herramienta discursiva de tipos vacios de propuestas, que ensayan ideas desintegradoras para encaramarse en el poder y polarizar, aún más, las energías ciudadanas. Y nosotros compramos esa estupidez, envuelta para regalo. Es mucho más fácil ensayar con la otredad. Otro u otros tienen la culpa, nosotros no. Así, justificamos nuestra vergonzante falta de civismo. Así, también, nos convertimos en espectadores de los cambios políticos, poniendo “nada” de nuestra parte, total, ya encontramos al culpable. Se desdibujan, a través del tiempo, las figuras que hicieron grande a Nuestra Patria. Sarmiento, Alberdi, San Martín no eran calles. No había una genética diferente en estos hombres, salvo la dimensión de sus testículos (como arriesga un amigo mío). Se equivocaban y, en algunos casos, mucho; pero “vivían” sus ideales. Tenían visión y propósito. Ellos no hubieran mantenido un silencio casi absoluto, durante casi cien años. Eran hombres, por eso podían ser héroes. Hoy, como cada uno de nosotros arriesga menos la vida para perseguir sus ideales, todos arriesgamos la vida, con solo salir a la calle. Pero cada vez que le decimos a alguien que se involucre en política, nos mira como si le exigiéramos que cruce Los Andes a caballo o baje de la sierra con un fusil. Entonces, medran los mismos tipos de los que abominamos. La política es anatema. Se nos hizo costumbre colgar los huevos del llavero de un Audi o un BMW. Eso es mucho más “cool” que participar de la construcción de la República. Pero, no todo está perdido; siempre hay tiempo. Seguramente, querido lector, tus méritos te permiten opinar un poco más, participar un poco más, comprometerte un poco más. Seguramente, también, te preguntarás qué extraño bicho me picó y la explicación es muy simple: para honrar a mi padre y guiar a mis hijos, prefiero seguir luchando, con lo poco que puedo y tengo, de manera que el auto me lo gane trabajando y los huevos…estén donde deban estar.


 
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