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La lógica está enferma. Por Martín Bermúdez. Por algo Unamuno la llamaba “cochina lógica”. Cada vez que tratamos de enfrentar los hechos cotidianos con ella no podemos menos que caer en la perplejidad. El secreto quizás es que hay muchas (no solo una) y cada una de ellas inherente a una de nuestras actividades. Dice el historiador Luis Alberto Romero que “en la Argentina, la política ha tomado la lógica de la guerra”. Ahí tenemos señalado uno de nuestros principales problemas como sociedad. Probablemente una de las llaves para que una sociedad funcione correctamente (si es que esto es posible como un valor absoluto) sea lograr articular la trama de “lógicas” con un resultado viable. En ese sentido hay un componente muy importante en la Constitución. Pero ni ella ni todo el andamiaje jurídico llegan a contemplar todos los matices que tiene nuestra sociedad. Existe el “contrato social”, postulado y poco respetado. Cada una de las cosas que hacemos política y socialmente aparenta ser en beneficio del conjunto. Pero esto no es infalible. Muchas veces se impulsan leyes que generan asimetrías en cuanto a justicia se refiere. Las asimetrías en general tienen que ver con que estamos vulnerando derechos de algunos en beneficio de otros. Esto nos pone frente a un problema ya que estamos alterando los ideales de la revolución francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad.) que hasta ahora han sido los mejores indicadores del avance de la democracia. Claro que, pensándolo bien, esos mismos ideales (de respetarse) serán la mejor manera de que mejoremos como país. Sin embargo resta señalar lo que quizás sea la mejor forma de convivencia: respetar los valores. Un hombre que respeta los valores es por definición un hombre de honor. Para un periodista es una cuestión de “honor” informar y opinar. Su respeto a los valores le hace saber que si oculta la verdad está dañando el funcionamiento democrático. En la Argentina de las lógicas extrapoladas un hombre que informa la verdad es un provocador; uno que opina: un opositor; un opositor: un enemigo. Esto genera la construcción de una falacia: informar es oponerse, ser enemigo. El problema es que esta falacia es la que sirvió para que se persiguiera, en épocas de totalitarismo, a los periodistas. Uno de los periodistas más serios de la Argentina informa y opina desde su columna. Su opinión no favorece al gobierno. El gobierno dice que hace “periodismo amarillo”. A estas alturas no está de más señalar el peligro que este pensamiento implica. La información es parte de la educación y esta debe ser libre. La educación, la justicia, el trabajo y la salud son el resultado de un funcionamiento democrático digno basado en los ideales de la revolución francesa. La información construye tanto la democracia como cualquiera de sus valores. Si falta alguno la democracia no está completa. Impedir a los periodistas que informen todo lo que saben es vulnerar a la democracia en su conjunto. La lógica de la información es complementaria a la de la democracia: sin una no existe la otra.